Una vida marcada por la tortura: la historia de Jesús Vélez Loor
Este reportaje lo realicé en el año 2018 y, al volver a encontrarlo entre mis carpetas, sentí la necesidad de compartirlo nuevamente. Han pasado los años, pero la historia que narra sigue siendo actual, porque toca un tema que no ha perdido vigencia: la vulneración de derechos humanos contra migrantes en América Latina. El testimonio de Jesús Vélez Loor no es solo un relato personal de sufrimiento y resistencia; es un espejo que refleja las deudas pendientes de nuestros Estados en materia de justicia, trato digno y protección a las personas en movilidad. Considero que este caso no debe quedar en el olvido. Es, sobre todo, un recordatorio para no repetir los errores del pasado y para que la dignidad humana sea siempre el centro de cualquier política migratoria o penitenciaria. Juan Pablo Sejas.

El encuentro en Santa Cruz
Son las tres de la tarde y el frío invernal se deja sentir en Santa Cruz de la Sierra. No es un clima habitual en esta ciudad tropical, pero el viento húmedo se filtra por las calles y plazas como si quisiera probar la resistencia de sus habitantes. En una oficina discreta, cerca del Palacio de Justicia, me recibe un amigo abogado. El lugar es modesto, lleno de carpetas, libros jurídicos y tazas de café olvidadas en los escritorios.
Allí me espera un hombre ecuatoriano. Se llama Jesús Vélez Loor, tiene cincuenta años y nació en Canuto, provincia de Manabí. Su porte atlético se mezcla con unos ojos oscuros, penetrantes, que transmiten franqueza y un dejo de cansancio. Habla pausado, pero cada frase parece venir desde una herida abierta.
Desde hace diez años vive en Bolivia, en un distrito llamado Montero Hoyos, junto a su familia. Trabaja en el rubro del transporte, pero también dedica parte de su tiempo a la Pastoral Migratoria, una organización que brinda comida, vivienda y orientación legal a refugiados del exterior y del interior del país. En ese espacio, intenta que otros migrantes no carguen con el peso de los mismos recuerdos que lo persiguen a él desde hace más de dos décadas.
Sobre la mesa coloca un folder grueso, casi gastado por los años. Lo abre con cuidado y muestra documentos, resoluciones, copias de sentencias y cartas oficiales. “Aquí está mi vida”, dice con voz baja, pero firme. Su historia comienza en Ecuador, en medio de una crisis que lo empujó a emigrar. Y se convierte, poco después, en una de las denuncias más emblemáticas de la región sobre violaciones de derechos humanos a migrantes en Panamá.
El inicio del calvario
“El año 2000, Ecuador entró en una crisis muy dura. Cambiaron el sucre por el dólar y todo se derrumbó. Las cuentas bancarias se congelaron, el dinero desapareció de las calles. Mucha gente no tuvo más opción que salir del país.”
Jesús era comerciante de vehículos en Quito, pero su negocio cayó en picada. “Me vi sin salida. En 2003 decidí irme a Estados Unidos. Quería empezar de nuevo, aunque fuera desde abajo. Para economizar lo poco que tenía, hice el viaje por tierra. Eran unos diez días desde Quito hasta la frontera con México. Pero cuando pasé por Panamá, mi destino cambió para siempre.”
Recuerda ese momento con un nudo en la garganta. “La policía me detuvo en la zona del Darién, porque había pasado por un área donde operaban guerrillas. Me acusaron de ser guerrillero. Me desnudaron, me azotaron con látigos, me encadenaron de pies y manos y me obligaron a caminar descalzo sobre piedras, hacia un río pedregoso llamado Tupiza. No puedo describir la impotencia que sentí.”
En un pueblo llamado Nueva Esperanza cuenta que lo colgaron de los brazos de un árbol durante ocho horas, sin tocar el suelo. “Pensé que iba a morir ahí mismo. El dolor en las paletas era insoportable.”
Al día siguiente, debilitado y casi sin fuerzas, despertó rodeado de indígenas Emberá — pueblo amerindio que habita la región del Pacífico y zonas adyacentes en Colombia, el este de Panamá y el noroeste de Ecuador, conocidos por su cultura rica en tradiciones, su lengua y su fuerte conexión con la naturaleza y los ríos—. “Tenían taparabos, las mujeres cargaban niños en brazos. Temblé de miedo, creí que me iban a matar. Pero querían ayudarme. Me dejaron una tutuma con agua, hasta que los guardias los corrieron a gritos». Poco después fue subido a un helicóptero que lo llevó a Metetí. Ese fue el inicio de un calvario que duró meses.
Cárceles de horror
En Metetí lo mantuvieron una semana en una celda abarrotada. “Había muchos refugiados, todos maltratados. Los guardias abusaban de nosotros a diario.” Luego lo trasladaron en bote desde Puerto Quimba hasta La Palma, una cárcel a orillas del mar. Allí vio el rostro más descarnado de la miseria humana.
“El pabellón estaba pegado al agua. Una vez por semana, la marea subía y nos llegaba a las rodillas. Dormíamos de pie, hombro a hombro. No había baños ni comida suficiente. Los insectos eran parte de la vida cotidiana. Yo veía mujeres embarazadas, niños, extranjeros de todas partes. Algunos llevaban meses, otros años.”
Los presos, cansados de los abusos, organizaron una huelga de hambre. Jesús se sumó. “Nos tiramos al suelo, agarrados de los brazos, para mostrar resistencia. El jefe de la guardia gritó: ‘A garrotes van a entrar, a las buenas o a las malas’. Escuché el golpe seco de un palo en mi cabeza y caí desmayado. La sangre me corría por la cara. Un médico preso me cosió la herida con lo que pudo. Se veía el cráneo.”
Más tarde fue llevado a La Joyita, la prisión más grande de Panamá. Allí lo encerraron en un pabellón de apenas 54 metros cuadrados, según su relato junto a casi 300 personas. “Era un basurero humano. Había suciedad por todas partes, el olor era insoportable, la gente no tenía ni espacio para echarse. El agua llegaba cada dos días. La comida era miserable: un té con pan en la mañana, arroz con un pedazo de chorizo al mediodía. Muchas veces encontramos excremento de ratón en la comida. Yo vi a hombres colgarse de las toallas para escapar de esa vida.”
En enero de 2003 le notificaron una condena: dos años de prisión y trabajos forzados en la isla penal de Coiba, firmada por la directora de Migración, Ilka Rosana Varela. “Eso era ilegal. Ella no era jueza. Pero con esa carta me condenaron a la miseria.”
Las torturas se intensificaron. “Me destrozaron un testículo, mis pies se llenaron de protuberancias y no podía caminar. Me cosí la boca para iniciar una huelga de hambre. Me llevaron a un pabellón de máxima seguridad. Allí vi cosas que no olvidaré nunca: presos desnudos tirados en el suelo, torturados hasta quedarse sin voz.”
La rutina incluía requisas brutales. “Botaban gas lacrimógeno en las celdas, nos hacían salir desnudos por una puerta estrecha, nos tiraban al suelo. Encontraban armas, televisores, cosas que los mismos guardias permitían entrar. Todo era corrupción.”
El cuerpo de Jesús empezó a colapsar. “Sobrevivimos 15 días sin agua potable, bebiendo orina almacenada en botellas. Fue lo más humillante que viví.”
La libertad amarga
“Un día llegó un cura español para atender a las personas moribundas y confesarlas, hable con él, le expliqué mi situación, me escuchó muy atento, me pidió todos mis datos y dijo que haría todo lo posible. Lo vi salir pausado por los pasillos” Cuenta Vélez. “¿Un momento de esperanza?”. Le pregunto. Me mira a los ojos y dice “Si”, con voz suave apenas resonante.
El 9 de septiembre de 2003, después de meses de torturas, escuchó botas acercarse a su celda. Una linterna iluminó su rostro. “Eres libre”, le dijeron. Apenas podía caminar y tuvieron que arrastrarlo. La cónsul ecuatoriana en Panamá, Ivonne Garcés Almeida, había intervenido. Al día siguiente fue deportado.
“El 10 de septiembre de 2003 me trasladan al aeropuerto internacional Tocumen, a las 9 de la noche me pusieron en un avión de Avianca hasta Guayaquil. Estuve detenido nuevamente, y dijeron que me investiguen por casos de terrorismo y supuesta vinculación a la guerrilla de Las FARC y supuestos documentos falsos. Nunca encontraron nada en mi contra. Un policía me ayudó, me regaló 10$, visité a la casa de una amiga, de años, me ayudó con 200$ para volver a casa. Me fui, volvía a casa, ya no era mía, mi esposa había vendido todo, me enteré que se había vuelto a casar y que mis padres fallecieron”. Narra Vélez Loor. Con la piel de gallina por el relato, le pido tomar un descanso y luego profundizar su lucha.
De la venganza a la justicia
El rencor lo consumía. “Quise vengarme. Compré un arma y un cuchillo. Planeé matar a toda la diplomacia panameña. Estudié sus movimientos. Iba a hacerlo. Pero un viejo pastor me detuvo. Me dio techo, comida, consejos. Me habló de buscar justicia por otros caminos.”
Fue entonces que descubrió la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). “Entré a su página web, encontré formularios para víctimas de tortura, envié mi caso. Me respondieron. Eso me devolvió la esperanza.”
El juicio internacional contra el Estado panameño
Tras dos años y medio de espera, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos declaró admisible la causa presentada por Jesús Vélez Loor. El Estado panameño fue convocado ante la Organización de Estados Americanos (OEA), representado por el embajador Aristides Royo, ex presidente de Panamá.
Durante el proceso, se presentaron los alegatos correspondientes y la Comisión ofreció a las partes un espacio para alcanzar un acuerdo amistoso. Sin embargo, el Estado panameño no mostró voluntad política para avanzar en esa vía. Ante la falta de disposición, la Comisión decidió llevar el caso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, con sede en San José, Costa Rica.
Pasó el tiempo, en 2008, el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (CEJIL) convocó una audiencia de fondo para ampliar la demanda contra Panamá. Posteriormente, los días 24 y 25 de agosto de 2010, el Presidente de la Corte Interamericana citó a las partes a rendir pruebas de descargo. Vélez Loor fue representado por CEJIL y acompañado por diversas organizaciones de derechos humanos. También participó la relatora de la Comisión.
En noviembre de 2010, la Corte emitió una sentencia condenatoria contra Panamá, reconociendo la violación de derechos humanos cometida contra el ciudadano ecuatoriano Jesús Vélez Loor. Se ordenó al Estado panameño reparar los daños con una compensación de 59.000 dólares:
– 24.000 dólares fueron destinados a cubrir los costos procesales asumidos por CEJIL
– 25.000 dólares fueron entregados directamente a Vélez Loor
– El resto se asignó a otros gastos relacionados con el caso
Más allá del fallo, el incumplimiento fue la herida más profunda. Vélez Loor denunció que las cárceles seguían en condiciones precarias, que los responsables de las torturas nunca fueron juzgados.
El Estado panameño no cumplió con el pago inmediato de la compensación. Se le otorgó un plazo de un año, que venció en diciembre de 2011. Ante la falta de respuesta, en enero de 2012, Vélez Loor inició una huelga de hambre frente a la embajada de Panamá en La Paz, Bolivia, que duró 58 días. A esta acción se sumaron protestas en Quito, Ecuador, y marchas en España.
La sentencia de la Corte estableció medidas estructurales a favor de los migrantes en América:
– Ningún migrante debe ser sancionado con penas punitivas.
– Panamá debía reformar su sistema penitenciario y migratorio, incluyendo atención médica en centros de detención.
– Se debía llevar ante la justicia a los responsables de las torturas, lo cual no ha ocurrido hasta la fecha.
En febrero de 2015, CEJIL y la Corte Interamericana convocaron nuevamente al Estado panameño por incumplimiento. El 1 de junio de ese año, Vélez Loor fue trasladado a Panamá para declarar e inspeccionar las cárceles donde fue torturado. La investigación quedó a cargo del fiscal Justo Marcial Ortega, quien prometió justicia en seis meses. Sin embargo, un año después, no se había avanzado. La funcionaria implicada, Ilka Varela, fue promovida a un cargo diplomático como embajadora en Portugal.
El nuevo sueño
En Bolivia, Jesús intenta rehacer su vida. Trabaja, cría a su familia y colabora con la Pastoral Migratoria. No borra el pasado, pero lo transforma en fuerza.
“Al principio nunca pensé en una compensación. Solo quería justicia. Luego supe que esa compensación debió haber sido de millones. Mi pesadilla terminó, pero ahora empieza el nuevo sueño: que ningún migrante en América vuelva a vivir lo que yo viví.” Concluye.
Fin de la tarde.
Miro por la ventana. La ciudad está quieta, envuelta en luces. Son las diez de la noche. Me siento como si estuviera dentro de una película de la vida real. Me quedo sin palabras. Solo atino a tomarle la mano y darle un fuerte abrazo. Él me responde con uno aún más intenso. Entonces, con voz firme, dice: “Mi caso es un caso de estudio”. Y tiene razón.
Vivimos en países donde la justicia, muchas veces, no es imparcial. Está atravesada por intereses, se vulneran derechos humanos, y el justo termina pagando por el pecador. Su historia no solo conmueve: revela las grietas profundas de nuestros sistemas. Y en ese silencio iluminado por la ciudad, lo único que queda es seguir abrazando la verdad.

Por. Juan Pablo Sejas.
Fuentes:
Documentos oficiales:
- Comunicado de prensa de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre el caso Vélez Loor vs. Panamá (2010). Disponible en: http://www.corteidh.or.cr/docs/comunicados/cp_18_10_esp.pdf
- Sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Caso Vélez Loor vs. Panamá. Sentencia de 23 de noviembre de 2010 (Excepciones preliminares, fondo, reparaciones y costas). Disponible en: http://www.corteidh.or.cr/docs/casos/articulos/seriec_218_esp.pdf